Cuando yo era un niño los reyes me trajeron un triciclo.
La cabalgata. Caramelos, un rey negro que era el profesor de gimnasia blanco de mi colegio, caballos por la Gran Vía de Bilbao haciendo unas enormes cacas. Frío, ruido, gente. Curas tristes.
Ví mi triciclo.
Ojalá yo estuviera en los hombros de mi padre, ojalá llevará aquel pasamontañas de punto hecho por mi madre que tanto picaba. Ojalá llevará el viejo abrigo heredado de mi hermano. Ojalá. Pero todo sería lo mismo aunque fuera mentira.
Vi mi triciclo, porque siento lo que sentí.
Reyes. La puerta corredera de la sala. Hermanos nerviosos en pijama apretándose el pitilín. Y la puerta corredera que se abre, el olor de un árbol de navidad que era un árbol y olía, papeles de colores, gritos, mi madre sentada en el sofá que nos mira. Mi hermano de rodillas rasga papel de celofán.
Y ríen.
Y ríen –así todos quietos, no os mováis una, dos, tres ¡ya!– a la cámara de mi padre una tarde de verano en lo alto de la escalera de aquella casa con una habitación llena de los pájaros que criaba mi abuelo. Verano.
Yo me caí por aquellas escaleras con mi triciclo. La tarde, la siesta de mi madre. Golondrinas atravesando el cielo. En el borde mismo de la escalera, adelante, atrás, adelante, atrás.
Adelante, atrás, adelante…
Caí. Los reyes ni tan siquiera eran los padres. Caí.
Me caí de las calles donde hacían caca los caballos de las cabalgatas y del pueblo donde estaba la casa con una habitación llena de pájaros. Me caía. Vueltas y más vueltas en el aire quedo de la tarde de verano. Me caí y veo hacerse pequeño ahí abajo el frontón que estaba junto a mi casa y sigo cayendo y se hace pequeña la cinta de color que es el río entre las choperas. Y caigo y desde tan alto de donde caigo voy deshaciendo veranos en años y años en olvido. Caigo y se me caen todas las cosas que todavía no había tenido.
Caigo y te me caes tú. Caigo y se me cae el triciclo que me trajo un rey negro que era el profesor blanco de mi colegio.
Se me cayó, ¿sabes? mi triciclo se me cayó.
Tengo una marca en la cara de cuando me caí con mi triciclo por las escaleras de aquella casa que tenía una habitación llena de pájaros. No se me quitará nunca.