Cuento COVID

Este es un cuento que cuenta que hace mucho tiempo hubo una enfermedad que todos llamábamos COVID y cuenta también que hubo un niño que se apretaba fuerte el pitilín cuando recibió una carta que le dio un cartero que no era cartero. Un cuento de un hombre que, cuando todos se encerraron en casa para no caer enfermos, tuvo que seguir yendo a trabajar para que otros pudieran seguir viviendo como siempre.

En aquel tiempo no se podían usar los ascensores que en las casas sirven para subir y bajar pisos y por eso, el hombre que tenía que seguir yendo a trabajar, bajaba y subía las escaleras todos los días. Bajar camino del trabajo primero, subir de regreso a casa después. Nunca había conocido bien a sus vecinos y como se pasaba su vida trabajando y no se relacionaba apenas con nadie no sabía quién vivía detrás de aquellas puertas que ahora tenía que ver dos veces cada día.

Un día al ir a trabajar descubrió en el descansillo del segundo piso, el vivía más arriba, un enorme mural de papel pegado en la pared con un arcoíris pintado. Con letra de niño alguien había escrito “Nosotros nos quedamos en casa” al lado del arco de colores.

Durante los siguientes días el hombre al subir y bajar las escaleras veía el mural y pensaba en sus hijos ahora tan lejos de el. Recordó el tiempo en que también fueron pequeños y pintaban papeles de colores sacando un trocito de lengua y agarrando con fuerza la pintura y la vida. De eso hacía ya mucho tiempo, aunque el lo recordaba todo.

Un día, caminando por la calle de regreso a casa, entró en una de las pocas tiendas abiertas que había en la calle y compró dos cuadernitos: Pinta y Colorea tus Mascotas y Pinta y Colorea las Frutas que Meriendas.

Al subir las escaleras se detuvo en el segundo piso, dejó los cuadernos sobre el felpudo junto a un post-it en el que había escrito “gracias por portarte tan bien”. Tocó el timbre e inmediatamente y lo más silenciosamente que pudo subió escaleras arriba. Escuchó la cerradura, la puerta abrirse y a una mujer que llamaba a un niño por su nombre de niño.

La cuarentena siguió, las condiciones eran cada vez más difíciles para todos. Moría mucha gente y mucha más tenía problemas y todos estaban tristes y angustiados.
Nuestro hombre seguía bajando y subiendo escaleras; ir al trabajo, volver a casa.

Un día, junto al gran mural del arcoíris encontró pegadas con celo dos hojas; en una aparecía dibujado un dinosaurio verde y en otra había escritas unas líneas con la misma letra insegura de niño.

Era una carta en la que el niño le daba las gracias al “vecino mágico y misterioso” que le había regalado los cuentos. Le decía su nombre de niño, que tenía una hermana pequeña que no sabía todavía ni leer ni escribir y que los mayores le habían explicado que no podía salir de casa porque se podía poner enfermo y poner enfermos a los demás.

Los días y el aislamiento fueron pasando. De vez en cuando el hombre dejaba un nuevo y pequeño regalo en la puerta del segundo B; un cuentito, un cuaderno para pintar. Siempre al volver a casa, siempre llamando y dejando una puerta cerrada tras sus pasos sigilosos escaleras arriba. Siempre encontrando un par de días después algún dibujo pegado en la pared. Siempre dándole las gracias junto a la misma pregunta:

–¿Quién eres, vecino mágico y misterioso?
–¿Quién eres, vecino mágico y misterioso?
–¿Quién eres, vecino mágico y misterioso?

Un día, acababa ya abril, al subir a casa escuchó por primera vez la voz de los niños del segundo B. Voces y risas de niños corriendo por el pasillo de una casa. El hombre se detuvo en el tramo de escaleras anterior a su piso, allí donde ya no podría encontrarse con nadie. Cerró los ojos. Sus hijos, veranos de inmensos valles y montañas, de ríos salvajes y niños corriendo y gritando porque habían logrado atrapar a una rana en el borde de la charca.

Ojos cerrados, descansillo entre el tercer y el cuarto piso de la escalera de una casa entre las miles de casas de una ciudad entre miles de ciudades. Salir de allí, escapar, respirar, quitarse la mascarilla, bañarse desnudo en la espuma blanca del torrente, echarse sobre la nieve que sobrevive a julio, asomarse al barranco profundo, tener frío, ver salir a sus estrellas. Volver a sentir. Vivir.

Volvió el silencio. Y volvieron las escaleras arriba y abajo.

Un día, era ya mayo, los niños pudieron salir a la calle, las tiendas se abrieron.

Entonces, un sábado de mayo, el hombre compró dos cuentos y los mandó envolver en papel de regalo. En casa se hizo un cartel muy grande en el que escribió con rotulador “SEÑOR CARTERO” y se lo enganchó a la camisa con un imperdible. Escribió unas palabras en un papel que metió en un sobre que llevaba escrito el nombre del niño y bajó al segundo B.

Llamó a la puerta y esperó. Una mujer abrió la puerta y pronto corrieron hasta allí una niña y su hermano mayor. Todos iban en pijama. La pequeña se escondía entre las piernas de la madre y el niño se apretaba fuerte el pitilín mientras recogía la carta y el regalo que le daba un cartero que no era cartero.

La puerta se volvió a cerrar, el hombre subió las escaleras con una bolsa vacía mientras oía las voces nerviosas de los niños en la casa.

Hola niño con nombre de niño

Soy el vecino mágico y misterioso.

Le he pedido al señor cartero que os traiga estos regalos y esta carta de despedida ahora que todo parece que se acaba.

Igual no lo entiendes bien hoy pero te voy a decir mi nombre y dónde podrás encontrarme siempre: me llamo Ilusión y vivo aquí mismo, en la puerta de tu casa.

Sigue creyendo siempre que algo mágico y maravilloso puede suceder cada vez que abras la puerta a la vida. Significará que estás vivo, y que tu vida merece la pena.

Un beso, hasta siempre.

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