Te declaro la paz.
Te regalo mi derrota. Y la tuya. Que no la quiero, que no me sirve.
No me sirven ni tu paz, ni mi derrota.
Te declaro la paz que viene después de todo y antes de que llegue nada.
La paz de los que siempre llegamos tarde,
la de los que entramos en el sitio equivocado.
La paz que nos golpea al cerrar –desde fuera– todas las puertas.
Ni vencedores ni vencidos. Derrotados.
Derrotada tú, derrotado yo.
Vence el silencio y nos entrega este aire rasgado que respiramos.
Vence el silencio y nos regala su amarga victoria.
Te declaro la paz, ahora que ya no puedo encontrarte.
Y me voy con mi derrota. Otra vez.