Niebla del norte que odia el sur. Niebla que se resiste a dejar el bosque que le da cobijo.
Y yo caminando perdido en mi propia niebla mientras una presencia amenazante no deja de acompañarme. Una respiración aguda y rítmica. Un silbido cortado a cuchillo cada vez más fuerte, cada vez más próximo.
Corro a la modesta cumbre, anónima, olvidada, ideal para perdidos, para náufragos de domingos por la mañana. Mi respiración alocada no logra tapar ese siseo agudo que ahora parece cortar tiras de niebla y arrojarlas contra mí. Intuyo más que veo la mínima estructura que jalona la cima, nada importa. Mi cuerpo se tensa agotado por la carrera y por el terror ante la evidencia, ante la seguridad de no poder evitar descubrir la verdad oculta. Desearía que la niebla lo tapará todo. Todo, siempre.
Y aparece la bestia como un enorme barco a la deriva, barco de inútil hélice sin agua que golpear. Naufragio sin supervivientes en una cima perdida.
No hay niebla que oculte a mis monstruos. Corro al valle pero todavía ahora le escucho respirar.
Se que estás ahí.