Para ahí, tengo que hacer pis– le miento.
No quiero hacer pis, quiero buscar entre la hierba.
Porque estoy seguro de que si ahora me faltan tantas cosas… por narices en algún lugar se me tienen que haber quedado olvidadas.
Y aquí mismo, en este bosque, tumbados tú y yo bajo miles de estrellas creo recordar que no me faltaba nada.
Y éramos jóvenes y despreocupados y seguro que al levantarnos se nos caían de los bolsillos paquetes de felicidad o bolsas de besos. Teníamos tantos.
Algún día debió de ser el último día y lo que dejamos olvidado… quizás siga aquí.
Aunque de eso hace ya tantos años que quizás yo no recuerde bien.
O quizás las cosas olvidadas se aburren, o se barren o sencillamente se mueren de viejas.
Por eso, por eso he parado aquí y no para hacer pis.
–Vamos aita.
Vamos. No he encontrado nada tirado en el suelo y levanto la vista y resignado subo de nuevo a mi bici.
Porque quizás en el suelo no -pienso- quizás las cosas, se quedaron olvidadas en el aire: palabras, promesas, tu voz y mi voz.
Pero solo escucho el ruido de un pequeño tractor y el mugido perezoso de las vacas.
Justo encima de donde hemos parado, donde nos unimos a la carretera que viene desde Arredondo una pronunciada curva indica el inicio del puerto de la Sía.
Desde allí puedes contemplar el espectacular valle abierto y las casitas, y las vacas y el bosque inolvidable de la Gándara.
Y sí, en serio, resulta que al final encontré algo de aquello que creía haber perdido allí. Y es que no lo había perdido.
Estaba dentro de mí.
-Venga aita tira ya.
-Un poco más suave Oier, creo que se me ha metido algo en un ojo.