¡Cómo me gustaba Tintín!
Hoy no se considerará políticamente correcto pero a la vista de cómo de correcta es la política hoy con nosotros…¡viva Tintín y el borrachín Capitán Haddock!
De todas sus historias –su submarino con forma de tiburón, sus trucos con el eclipse de sol, su inolvidable nave espacial– la que más me gustaba era la del Tibet.
La imagen del avión despedazado y cubierto por la nieve, el sherpa Tharkey, el trozo de tela rojo desgarrado en la roca, el Yeti. A cada viñeta de aquellas le salían volando bandadas de historias cada vez que yo abría el manoseado libro: montañas, nieve, sherpas, piolets…
Y sí, hay un bar en Bilbao que se llama Yeti.
Y sí, he necesitado más de 40 años y un par (o más) de cervezas para que la última historia arranque –por fin– a volar. En el último instante, en el fin de la historia. Para que no quedara ninguna otra posibilidad.
De debajo del cristal marcado por el culo de los vasos y las botellas ha salido volando la historia del perdedor: el Yeti.
La historia del que vive justo donde todos los demás se dan la vuelta para regresar a sus casas.
Del que sacó la ternura de su caverna de hielo justo cuando ya no quedaba nadie para tocársela. Un Ethan Edwards de las montañas y con pelo.
Suerte Yeti y cuidado ahí fuera, hoy hace mucho más frío que entonces.