29:55. Recta de meta, todo terminaba.
Todo me daba igual ya.
29:59, 30:00, y 1 segundo y 2 y 3 y 4 y 5. Y 6.
Se acabó. 6 segundos.
En el viaje de vuelta a casa manoseaba una y otra vez esos 6 segundos.
Era joven y arrogante y estaba seguro de que pronto los arrojaría al suelo con ruido de cristales rotos.
Casi había sido capaz. Me había subido al primer kilómetro y eso era lo que tenía que hacer. No necesitaba mirar el reloj. Entrenamiento, hábito, instinto, qué se yo. Sabía que era eso. 3:33.
Así, resiste.
Así no pienses.
Así 42 kilómetros 195 metros. 3 minutos 33 segundos 42 veces y un poco más.
Pero quise robar tiempo al tiempo y me estrellé contra mis límites.
Joven y arrogante. Y me quedé con 6 segundos en las manos.
Y esos 6 segundos se me pegaron a la vida y todavía hoy no me los he podido arrancar.Dediqué otros muchos segundos a buscarme en mil retos. Muchos empezaban por Ultra o terminaban en Extrem. A pie, por asfalto, cuesta arriba, cuesta abajo, por el monte, en bicis de rueda ancha y de rueda estrecha, en esquís gordos y flacos.
Horas, segundos que venían y se marchaban. Apenas recuerdo sus nombres, sus combinaciones. Pero aquellos 6 segundos siguen aquí.
Sigue aquí el dolor que producían aquellas 42 veces y un poco más subido a tres minutos y medio y un poco más.
El miedo al dolor que no me ha dejado volver a intentarlo, que me ha hecho pensar siempre que no encontraré desafío más comprometido.
Miedo al fin y al cabo. Marathon.